¿Fueron los relatos evangélicos registrados de una manera confiable?

Por Al Serrato

Un desafío común a los creyentes es la afirmación de que los relatos evangélicos que leemos hoy no son especialmente fiables. Refiriéndose al juego del «teléfono roto», el escéptico afirmará que, dado que los relatos evangélicos se escribieron entre tres y cinco décadas después de la vida de Cristo, los relatos que presentan son probablemente muy diferentes de los originales, del mismo modo que la décima narración de lo que se dijo en el «teléfono roto» es muy diferente de la primera. Esta analogía resuena en muchas personas, que se dan cuenta de lo difícil que es memorizar en orden exacto una cadena de palabras que se pronuncian una sola vez. Cuando la frase se repite a la décima persona, se parecerá muy poco a su forma original.

Pero, ¿esta analogía describe adecuadamente lo que ocurrió con los textos bíblicos? ¿Existen razones válidas para temer que las palabras de los escritores evangélicos hayan sido distorsionadas por las repeticiones y el paso del tiempo? 

El primer paso para evaluar en esta analogía es considerar los supuestos no explícitos que están en juego. El «teléfono roto» suele consistir en decir una frase sin sentido, pronunciada una sola vez, cuyo objetivo es memorizarla palabra por palabra. La frase no es importante para el oyente y no tiene ningún significado particular, salvo memorizarla palabra por palabra. Los jugadores modernos de este juego se enfrentan a un reto particular: la memorización no se valora, ni se practica hoy en día. Vivimos en una cultura en la que los sistemas electrónicos de almacenamiento de información han eliminado prácticamente la necesidad de memorizar largos pasajes de información.

Otro asunto que generalmente se supone, es que es necesario disponer de una transcripción exacta palabra por palabra. Dada la existencia de tecnología que permite hacer grabaciones fácilmente, uno puede empezar a creer que nada menos que eso debería bastar. Tomemos por ejemplo un juicio penal. Como miembro del jurado, es posible que desee ver la entrevista real en la que el asesino confesó, porque quiere saber exactamente lo que dijo, y la forma en que lo dijo. Insistirá en ver la grabación de la cámara corporal del agente antes de aceptar que los hechos descritos tuvieron lugar exactamente como se relataron en el testimonio. Cuando un no creyente adopta este enfoque ante los relatos evangélicos, los rechazará antes incluso de considerar su fiabilidad, porque nunca cumplirán estas suposiciones y expectativas.

Los primeros cristianos vivían en un mundo muy distinto. Los escritores del siglo primero no disponían de medios electrónicos para registrar declaraciones, ni su cultura daba importancia al registro de la historia en la forma en que lo hacemos nosotros. Sin embargo, contaban con una rica tradición de transmisión de historias, de uso de la mente para memorizar largos pasajes y, en algunos casos, incluso libros enteros. Transmitir con precisión sus tradiciones, historias y conocimientos de generación en generación era una práctica frecuente y muy valorada. Al fin y al cabo, no estaban distraídos con infinitas fuentes de estimulación, como nosotros hoy en día.

Cuando los primeros seguidores de Cristo comenzaron a documentar el mensaje de Jesús, no estaban jugando a un juego en el que él decía rápidamente una serie de palabras y les pedía que las repitieran. No les estaba proporcionando algún tipo de código oscuro, que si se pronunciaba en el orden correcto abriría mágicamente las puertas del reino. No convocó una convención en la que hablara en una sola ocasión a una multitud reunida, sin que nadie tomara notas para captar los detalles de la enseñanza. No, Jesús viajaba de pueblo en pueblo difundiendo un mensaje coherente y repetido. Mucho de lo que decía era chocante para sus seguidores, a menudo contradiciendo lo que esperaban que dijera el Mesías. Sin duda, sus seguidores le oyeron hablar de cada tema en numerosas ocasiones. Se esforzaban por dar sentido a sus palabras, y sin duda discutían sus dichos entre ellos. La técnica de Jesús facilitaba el proceso: a menudo utilizaba parábolas fáciles de recordar y que transmitían vívidamente lo que quería decir. Y cuando no entendían el significado de la parábola, explicaba explícitamente lo que quería decir.

Dado este contexto, no es difícil entender cómo aquellos que oyeron a Jesús hablar repetidamente de temas que consideraban de importancia crítica para su salvación final habrían aprendido de memoria lo que se dijo. Lo importante para el escritor no sería que captara cada palabra en el orden exacto en que fue dicha. De hecho, es probable que el propio Jesús variara las palabras que pronunciaba de un discurso a otro. Lo importante es que el significado haya sido captado y transmitido con precisión.

Este proceso de repetición de las veneradas palabras de su Señor no comenzó de la nada décadas más tarde. No, el proceso de repetición comenzó inmediatamente después de su muerte. Además, hubo autores como el apóstol Pablo que escribieron numerosas cartas en las que exponían gran parte de lo que había ocurrido. De no haber sido así, el cristianismo no habría crecido tan rápidamente en las décadas siguientes. Para el año 64 d.C., unos treinta años más tarde, los cristianos se habían convertido en un grupo tan numeroso y problemático que llamaron la atención del emperador, quien (según el escritor Tácito) los culpó del incendio que se produjo ese año en Roma. Por consiguiente, cuando los escritores del Evangelio pusieron por escrito sus enseñanzas verbales, no estaban intentando recordar las palabras de un único discurso pronunciado treinta o cuarenta años antes, una tarea casi imposible. En su lugar, estaban plasmando por escrito lo que habían presenciado de primera mano y lo que habían enseñado sistemáticamente en las décadas anteriores.

Aunque el desafío del «teléfono roto» tiene cierto atractivo superficial, es a lo sumo una pista falsa, una distracción que impide a algunas personas prestar la debida atención a la verdad histórica del cristianismo. El mensaje cristiano es mucho más sólido -y significativo- que un simple juego de niños.

Y merece la pena recordar esta sencilla verdad.

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Al Serrato se licenció en Derecho por la Universidad de California en Berkeley en 1985. Comenzó su carrera como agente especial del FBI antes de convertirse en fiscal en California, donde trabajó durante 33 años. Una introducción a las obras de CS Lewis despertó su interés por la Apologética, que ha seguido durante las últimas tres décadas. Comenzó a escribir Apologética con J. Warner Wallace y Pleaseconvinceme.com.

Traducido por Jennifer Chávez 

Editado por Mónica Pirateque 

Fuente Original del Blog: https://bit.ly/3WARfQ8 

 

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