Cuando la propaganda se viste de hábito: ¿por qué los apologistas deben proteger la verdad?

Nota: La versión original de este artículo fue publicada en el Substack del Dr. Orr. La versión presente ha sido sustancialmente revisada y adaptada por el autor.

Cuando Tucker Carlson transmitió el episodio Here’s What It’s Really Like to Live as a Christian in the Holy Land (Así es realmente vivir como cristiano en la Tierra Santa)(2025), las imágenes fueron poderosas. Su invitada, la Madre Agapia Stephanopoulos, apareció cubierta con un velo ortodoxo negro, y su presencia sugería santidad y autenticidad. El hecho de que también fuera hermana de George Stephanopoulos, comentarista político de ABC desde hace años, hizo que el segmento resultará doblemente convincente. El hábito y el apellido prepararon al público para asumir que sus palabras tenían tanto autoridad religiosa como peso cultural.

En la superficie, parecía hablar con verdad acerca del sufrimiento cristiano en la tierra del nacimiento de Cristo. En realidad, lo que ofreció no fue un testimonio evangélico, sino una narrativa politizada—una apología de la propaganda. No se trata de atacar a una monja ni a un presentador de televisión; se trata de reconocer cómo la propaganda socava la credibilidad cristiana.

La apologética cristiana debe resistir la tentación de la propaganda, porque cuando los creyentes cambian la verdad por narrativas políticas o estrategias de supervivencia, socavan la misma credibilidad del evangelio, cuyo poder se basa en la realidad histórica y en el señorío de Cristo. La transmisión de Carlson nos ofrece un caso práctico sobre la facilidad con la que los  símbolos y las historias pueden distorsionar el testimonio cristiano, y por qué los apologistas deben anclar toda defensa de la fe en una verdad inquebrantable.

El problema no es solo lo que dijo la Madre Agapia, sino cómo lo recibió el público occidental. Muchos espectadores, poco familiarizados con la historia del cristianismo árabe o con las estrategias de supervivencia de la vida dhimmi, confundieron su testimonio con una verdad imparcial. Sin embargo, su narrativa hacía eco de siglos de comunidades cristianas que vivían bajo la sujeción islámica.

Bajo el estatus de dhimmi—un marco que permitía a judíos y cristianos vivir bajo dominio musulmán, pero solo como súbditos de segunda clase—los cristianos desarrollaron una “apologética de supervivencia”. Estas estrategias retóricas no defendían el evangelio, sino la existencia comunitaria. Cuando este instinto de supervivencia se convierte en la medida del testimonio, la verdad es desplazada y la credibilidad se pierde. 

En la imaginación occidental, el hábito de una monja simboliza pureza, autoridad moral e integridad espiritual. Carlson presentó a la Madre Agapia no como una figura política, sino como un “testigo santo”, invitando a los espectadores a escucharla con reverencia. Como observó Roland Barthes, tales símbolos a menudo funcionan como “signos mitológicos”: comunican significado antes de que se pongan a prueba los argumentos.

Pero la apologética exige discernimiento más allá de los símbolos. Pedro llama a los creyentes a “honrar a Cristo como Señor” antes de dar cualquier defensa (1 Pedro 3:15). Ningún velo, túnica o rol garantiza la verdad. La tarea apologética es medir cada testimonio a la luz de las Escrituras, no de las apariencias.

La Madre Agapia afirmó que los cristianos están abandonando Belén debido a la ocupación israelí. Si bien el colapso demográfico es innegable, su explicación fue engañosa. Los historiadores han demostrado que el declive de Belén proviene principalmente del hostigamiento islamista, leyes discriminatorias y presiones económicas. En contraste, la población cristiana de Israel ha crecido bajo las protecciones de la ley y la libertad de culto.

El punto apologético es crítico: si los cristianos son descuidados con la verdad política, los incrédulos no confiarán en ellos en cuanto a la verdad teológica. La resurrección se basa en la fiabilidad histórica. Si distorsionamos los hechos en la política, ¿por qué habría alguien de confiar en nosotros respecto al hecho más importante de la historia—la tumba vacía?

Como observó Bernard Lewis, los cristianos bajo dominio islámico a menudo culpaban a los judíos como forma de preservar su seguridad. Este “reflejo dhimmi” continúa hoy cuando los cristianos árabes repiten propaganda nacionalista en lugar de confrontar la hostilidad islamista.

Pero Jesús advirtió contra hacer de la supervivencia el bien supremo: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá” (Mt. 16:25). La verdadera apologética se niega a sacrificar la verdad del evangelio por la supervivencia cultural o política. Los primeros mártires lo sabían bien: quemar incienso al César podía parecer una concesión menor, pero traicionaba el señorío de Cristo. La apologética hoy debe encarnar esa misma fidelidad.

Vale la pena notar que tales concesiones a menudo surgieron bajo una gran presión. Los cristianos que viven como minorías se han enfrentado a decisiones difíciles. Sin embargo, la lección para nosotros hoy no es condenar, sino aprender: la fidelidad a la verdad, aun cuando cueste, siempre ha sido el signo distintivo del testimonio auténtico.

La credibilidad de la Madre Agapia ya estaba en cuestionamiento después de sus afirmaciones desacreditadas durante el asedio de Belén en 2002. Sin embargo, Carlson la presentó como confiable, como si un hábito y un apellido santificaran sus palabras.

Pero la apologética no puede santificar la distorsión. Su tarea es defender la esperanza que tenemos en Cristo (1 Pedro 3:15), una esperanza fundamentada en la verdad. El evangelio se sostiene o cae en la realidad histórica. Una vez que los cristianos se sienten cómodos dando falso testimonio con fines políticos, también erosionan el fundamento del testimonio apologético.

La aparición de la Madre Agapia fue elogiada como una proclamación valiente de la verdad, pero en realidad fue propaganda envuelta en santidad. Su apellido le dio visibilidad, su hábito le dio credibilidad y la plataforma de Carlson le dio alcance. Sin embargo, nada de esto podía santificar la distorsión.

No estamos llamados a defender propaganda—estamos llamados a defender a Cristo. Cuando los cristianos comprometen la verdad por aprobación cultural, estrategias de supervivencia o alianzas políticas, pueden ganar credibilidad a corto plazo con el mundo, pero pierden credibilidad para el evangelio. Como advirtió Jesús: “¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma?” (Mt. 16:26).

La tarea apologética no consiste en respaldar narrativas, sino dar testimonio fiel de Cristo, crucificado y resucitado. El mundo solo confiará en nuestra defensa de la resurrección si nos ve defendiendo la verdad en todos los ámbitos de la vida. En una época donde los espectáculos mediáticos se hacen pasar por realidad, la apologética más poderosa es la fidelidad: honrar a Cristo como Señor y proclamarlo con integridad, valentía y un compromiso inquebrantable con la verdad.

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Tim Orr trabaja a tiempo completo con el Crescent Project como Subdirector del Programa de Pasantías y Coordinador de Área, donde también participa activamente en labores de alcance en todo el Reino Unido. Erudito del islam, ministro evangélico, conferencista y consultor en diálogo interreligioso, Tim aporta más de 30 años de experiencia en ministerio intercultural. Posee seis títulos académicos, entre ellos un Doctorado en Ministerio por la Liberty University y una Maestría en Estudios Islámicos por el Islamic College de Londres. En septiembre, comenzará un doctorado en Estudios Religiosos en la Hartford International University.

Tim se ha desempeñado como asociado de investigación en el Congregations and Polarization Project del Center for the Study of Religion and American Culture en la Universidad de Indiana en Indianápolis, y durante dos años también fue asistente de investigación en el estudio sobre COVID-19 dirigido por la Hartford International University. Sus áreas de investigación incluyen el antisemitismo islámico, el evangelicalismo estadounidense, el islam chiita y el ministerio centrado en el evangelio hacia los musulmanes.Ha sido conferencista en destacadas universidades y mezquitas de todo el Reino Unido, entre ellas la Universidad de Oxford, el Imperial College London y la Universidad de Teherán. Su trabajo ha sido publicado en revistas académicas islámicas revisadas por pares, y es autor de cuatro libros. Su quinto libro, El apóstol Pablo: un modelo para relacionarse con el islam, está próximo a publicarse.

Traducido por Wendy Rodas

Editado por Mónica Pirateque 

Fuente Original del Blog: https://bit.ly/4njqV7J 

 

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