La fe de los ateos en la ciencia está fuera de lugar

Por Al Serrato

La mayoría de los ateos que he conocido demuestran una «fe» asombrosa en el poder de la ciencia. A menudo acusarán a los creyentes de ilusos -o de tontos- cuando lleguen a la conclusión de que un ser inteligente es la única deducción razonable de las pruebas de diseño que nos rodean. Lo hacen porque han llegado a creer que sólo a través de la «ciencia» se puede saber algo, y que la ciencia responderá algún día a todos los misterios de la vida. Es lo que se llama «cientificismo». No hay necesidad de un Dios, aseguran, porque la «ciencia» no lo ha proporcionado.

El error de esta forma de pensar es suponer que la ciencia es la única manera de saber algo. Esto es erróneo a muchos niveles. En términos generales, la ciencia es un método para examinar y evaluar el mundo físico que nos rodea, utilizando instrumentos y metodología para obtener resultados repetibles que confirmen o nieguen una hipótesis. Es, por tanto, un proceso interminable de adquisición de conocimientos, pero sólo en el ámbito físico. La empleamos porque primero estamos convencidos de que la realidad es fija, y de que la repetibilidad es posible. Pero eso es una creencia filosófica, no algo que la ciencia haya demostrado por sí misma[i]. Si no «supiéramos» esto, no tendría sentido intentar realizar experimentos.

Por otra parte, la ciencia no pretende proporcionar conocimientos sobre el bien y el mal, pues es sencillamente incapaz de hacerlo. Después de todo, los científicos nazis hacían uso de la ciencia, pero difícilmente aceptaríamos que lo que hacían era bueno. De hecho, no recurriríamos en absoluto al método científico para responder a tales preguntas.

Por último, dado que la ciencia se limita al ámbito físico, no puede utilizarse para evaluar lo trascendente. Lo que existía antes de que comenzara el «tiempo» no puede medirse con la ciencia, como tampoco puede medirse la moralidad de la decisión de utilizar la ciencia para alcanzar un fin determinado.

Hay otras formas de obtener conocimiento aparte de la ciencia experimental, sobre todo en ámbitos en los que no es posible la comprobación y la repetibilidad. Lo hacemos todo el tiempo en el estudio de la historia, o cuando hacemos uso del razonamiento abductivo para llegar a la mejor explicación a partir de las evidencias disponibles. Un ejemplo que se utiliza a menudo en los tribunales es el de la lluvia: la ropa se moja cuando caminamos bajo la lluvia, y deducimos correctamente que está lloviendo fuera cuando alguien entra en un edificio con un abrigo que está empapado y viene goteando. Utilizamos el razonamiento abductivo de forma intuitiva y damos por sentado que nuestro sentido del razonamiento funciona correctamente para permitirnos llegar a conclusiones válidas. Esto es así aunque no podamos utilizar la razón (o la ciencia) para demostrar la validez de la razón. Sencillamente, si intento utilizar la razón para demostrar que la razón es válida, tengo que presuponer la validez de la misma cosa -la razón- que estoy intentando demostrar. No, la razón es un punto de partida, un dato que todos debemos utilizar si queremos debatir -pensar- en todo sentido.

Los cristianos no imaginan un creador cuando observan las pruebas del universo. Más bien al contrario: la ciencia moderna está revelando cada vez más secretos del universo y descubriendo que está increíblemente afinado para sustentar la existencia de la vida. Las fórmulas matemáticas pueden representar lo que ocurre en la naturaleza con notable precisión, lo que constituye un «lenguaje» que los científicos utilizan para comprender la realidad. La ciencia médica se ha asomado a la complejidad de la vida y a los miles de millones de líneas de un código informático -el ADN- que dirige la construcción de proteínas y, en última instancia, de estructuras que permiten la enorme variedad de vida que vemos en la tierra. Siempre que vemos señales de algo que está diseñado y que funciona según un conjunto de instrucciones perfectamente ajustadas, deducimos con toda razón que hay una inteligencia detrás de ello. Para que exista algo tan masivo e impresionante como este universo, poblado como está de vida inteligente, ese algo debe ser a su vez inmensamente inteligente e inmensamente poderoso. La ciencia se ocupa ciertamente de este ámbito físico; trata de responder a la pregunta ¿cómo ocurren las cosas? Y la ciencia desempeña una función valiosa. Pero la ciencia, como herramienta para descubrir procesos, no puede explicar qué fue lo primero que puso en movimiento las fuerzas que está examinando; qué pretendía conseguir el diseñador con las leyes de la naturaleza; y cuál es realmente el significado y el propósito últimos de la vida. La ciencia aborda el «cómo» de lo que ya existe, pero no el «por qué».

Imaginemos que un científico examina el correo que recibe cada día. Con el tiempo, aprende todo lo que hay que saber sobre el tipo de papel que se utiliza, cómo se formó el papel, el tipo de tinta, su lugar de fabricación y sus ingredientes. Imaginemos además que determina cómo se agrupan las letras para formar palabras. Buscar conocimientos de este tipo es loable. Pero si el científico llega a la conclusión de que, como sabe todo lo que hay que saber sobre la tinta, las cartas y los sobres, no necesita un remitente de cartas, ha hecho algo peor que un acto de fe ciega: ha cerrado su mente a la realidad evidente de lo que está examinando. De hecho, la única forma en que el científico puede conocer el sentido de todo esto, el significado del mensaje, es leyendo lo que está escrito, ya que en él hay información contenida, algo que simplemente no puede surgir a través de procesos aleatorios o ciegos.

Como cristianos, damos testimonio de un Dios personal, no porque nos aferremos a mitos, sino porque creemos que las pruebas de la vida, muerte y resurrección de Jesús son suficientes para que le conozcamos de forma personal. En otras palabras, personalizamos la fuente de lo que los físicos describen como el acontecimiento de la creación no por mitos o ilusiones, sino por una combinación de razonamiento abductivo -un creador es la mejor explicación- y por una revelación específica, es el Dios descrito en la Biblia.

A fin de cuentas, la ciencia y la cosmovisión cristiana no están en conflicto. Quien persiste en la ignorancia es quien insiste, a pesar de las pruebas, en que no hay Dios y, en última instancia, en que no hay nadie ante quien algún día tengamos que rendir cuentas.

[i] Nota del editor: La fijeza, repetibilidad y conocibilidad de la naturaleza son condiciones previas para la ciencia. No se puede hacer ciencia sin ellas. Es decir, hay que asumir este marco antes de poder utilizar el método científico para descubrir hechos sobre el mundo natural. Puesto que este tipo de cosas tienen que asumirse de antemano, son, hablando con propiedad, dominio de la filosofía, concretamente de la filosofía de la ciencia.

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Al Serrato se licenció en Derecho por la Universidad de California en Berkeley en 1985. Comenzó su carrera como agente especial del FBI antes de convertirse en fiscal en California, donde trabajó durante 33 años. Una introducción a las obras de CS Lewis despertó su interés por la Apologética, que ha seguido durante las últimas tres décadas. Empezó a escribir Apologética con J. Warner Wallace y Pleaseconvinceme.com.Al Serrato se licenció en Derecho por la Universidad de California en Berkeley en 1985. Comenzó su carrera como agente especial del FBI antes de convertirse en fiscal en California, donde trabajó durante 33 años. Una introducción a las obras de CS Lewis despertó su interés por la Apologética, que ha seguido durante las últimas tres décadas. Empezó a escribir Apologética con J. Warner Wallace y Pleaseconvinceme.com.

Traducido por Mónica Pirateque

Editado por Yatniel Vega

Fuente Original del Blog: https://bit.ly/3Xhu1iR

 

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