Por Al Serrato
Para muchos ateos, no existen suficientes argumentos que los convenzan de que un Dios amoroso es capaz de enviar a cualquier persona de su creación al infierno. A menudo me he encontrado con este desafío, el cual suele parecerse a lo siguiente:
“No tiene ninguna importancia cuán justo, amable, y generoso el ser humano puede ser con otras personas durante toda su vida. Si no acepta el evangelio de Jesús, está condenado. Un Dios justo jamás castigaría a una persona que creyó en algo erróneo. Más bien, la juzgaría por sus acciones”.

Es difícil, pero no imposible, dar una respuesta a este dilema y que sea emocionalmente satisfactoria. Después de todo, aún para los creyentes, la doctrina del infierno es algo difícil de aceptar, ya que va en contra de nuestra tendencia natural de pensar. Qué fácil nos resulta calificar nuestro propio comportamiento con indulgencia, perdonar nuestras transgresiones, minimizar nuestra culpabilidad y considerarnos «básicamente buenos». Cuando pensamos de nosotros de esa manera, lo más natural es creer que Dios también nos ve así. Y solo a través de las Escrituras —una visión “externa”— es que podemos ver claramente que Dios es la justicia misma y que por lo tanto debe existir un lugar para castigar a quienes se rebelan contra Él.
La justicia así lo exige
Considera lo siguiente: La justicia, en su expresión más básica, involucra la idea de recompensar el bien y de castigar el mal. Nos damos cuenta de esto de manera instintiva, y se presenta a muy temprana edad. Qué desconcertante sería para un estudiante recibir un castigo por estar poniendo atención al profesor, o que ganase un reconocimiento por ser un estudiante dedicado después de haber hecho trampa en el último examen del año escolar. Esto no tiene sentido, el castigo se le da al que se ha portado mal. Para decidir el castigo más adecuado, hay que tomar en cuenta la intención del infractor, y por supuesto que eso es reflejo de sus creencias. El homicidio premeditado es peor que el homicidio involuntario, y por lo tanto se le da un castigo más severo, y un crimen por odio agrava la pena y añade más castigo al acto criminal principal. En ambos casos, las creencias de la persona están jugando una parte importante: en el asesinato premeditado el perpetrador ha evaluado diferentes opciones antes de dar el golpe fatal; un crimen de odio muestra la creencia de que una persona es indigna de ciertos derechos por pertenecer a una determinada comunidad. Así que, considerando lo que una persona piensa y cree es muy relevante para decidir las consecuencias que enfrentará, especialmente si esas creencias fueron el motivo para el mal comportamiento.
Pero el error subyacente en la opinión de los escépticos es aún más fundamental. Pues se equivoca al afirmar que la gente es condenada por sus creencias, y por rechazar el evangelio. Su condenación es consecuencia de su comportamiento pecaminoso. A través de sus pensamientos, palabras y acciones, ejerciendo su libre albedrío, reiteradamente decide quebrantar las leyes de Dios.
¿De qué manera debería reaccionar Dios?
¿Qué le impide a Dios “cerrar los ojos”? ¿Por qué no renuncia a hacer algo? Después de todo ¿Acaso no nos creó para comportarnos como lo hacemos? Pero si Él aceptase la constante violación de su ley moral, dejaría de ser considerado “justo.” Imagina por un momento ¿cuál sería tu opinión sobre un juez que nunca impone castigos a los que quebrantan la ley, no importando cuántas veces lo hagan o qué tan evidentes sean las infracciones? ¿Por qué suponemos que Dios es diferente? Si Él personifica la perfecta justicia, y si Él nos creó de la nada y nos dio a conocer su ley, ¿Es ilógico padecer las consecuencias por nuestra decisión de quebrantar esa ley?
La condición interna
El argumento citado es parecido a decir que un hombre enfermo murió por “no creer en el médico”. Error, la persona falleció por un trastorno interno específico el cual pudo haber sido curado por el médico. Así mismo es con el castigo eterno. Nadie es condenado por rechazar a Jesús. Aunque Jesús puede —y lo hace— dar salvación a quienes la piden, no es injusto excluir de la salvación a quienes no les interesa pedirla. Después de todo, de ninguna manera estamos obligados a ayudar a alguien que no lo ha solicitado, y que además no desea que le ayudemos. Eso mismo hace el Creador pues tiene el derecho de no entregar el regalo —es decir, vivir la eternidad en su presencia— a quienes desprecian la dádiva y humillan al dador del regalo.
A Dios no le impresionamos
La afirmación con la que empezamos este artículo también es prueba de la creencia implícita de que podemos deslumbrar a Dios con nuestra “amabilidad” o comportamiento “generoso”. Desde este punto de vista, Dios debería estar agradecido que nuestras acciones le hayan complacido. Esto demuestra que no entienden quién es Dios — Él es perfecto. No podemos impresionarlo. Cuando hacemos lo correcto, no es sorprendente, pues hacemos lo que debemos hacer. Las personas no se presentan ante los tribunales para ser recompensados por no haber cometido crímenes. Comportarse de acuerdo a la ley en todo momento es lo que evidentemente se espera de nosotros. En ese mismo sentido, el que es culpable de haber cometido un delito grave no puede alegar que es injusto que le castiguen, porque en el pasado ha sido amable y generoso con otras personas.
A fin de cuentas, nos encontramos en una encrucijada. Usamos nuestro libre albedrío para rebelarnos contra el Creador, pero también deseamos que acepte nuestra rebeldía, y también a nosotros mismos, “sin preguntar absolutamente nada”. Cuando Dios nos juzga, nos encuentra con deficiencias tanto en nuestras acciones como en nuestras creencias. Pero en su infinita bondad, ha otorgado una solución a nuestro problema, un puente que elimina la separación entre Él y nosotros. Es importante destacar lo siguiente: es por su amor y misericordia, que Dios nos concedió la solución a nuestro problema, si es que estamos dispuestos a doblar nuestra rodilla y pedirle su misericordia.
No hay nada injusto en todo esto. Al final, obtenemos lo que escogimos. El puente que nos lleva a Dios, fue hecho gracias a que Jesús sacrificó su vida en los días en que caminaba en la Tierra, no nos cuesta nada cruzarlo, y está disponible para todos.
Pero es necesario que deseemos cruzarlo.
Recursos recomendados en Español:
Robándole a Dios (tapa blanda), (Guía de estudio para el profesor) y (Guía de estudio del estudiante) por el Dr. Frank Turek
Por qué no tengo suficiente fe para ser un ateo (serie de DVD completa), (Manual de trabajo del profesor) y (Manual del estudiante) del Dr. Frank Turek recursos
Al Serrato se licenció en Derecho por la Universidad de California en Berkeley en 1985. Comenzó su carrera como agente especial del FBI antes de convertirse en fiscal en California, donde trabajó durante 33 años. Una introducción a las obras de CS Lewis despertó su interés por la Apologética, que ha seguido durante las últimas tres décadas. Comenzó a escribir Apologética con J. Warner Wallace y Pleaseconvinceme.com.
Traducido por Gustavo Camarillo
Editado por Andrés Barrera
Fuente Original del Blog: https://bit.ly/4mvAu3M