“Ser bueno” no es suficiente para la salvación

Por Al Serrato 

El objetivo de la apologética cristiana es “defender” la fe, y el objetivo de la fe es proclamar las buenas nuevas de la salvación al mundo. Salvación, naturalmente, significa salvar, y una persona solo necesita ser salvada cuando está en peligro.

“Ser bueno” no es suficiente para la salvación

Pero pregúntale a mucha gente hoy en día en qué peligro se encuentra: puede que te digan que están preocupados por el estado de la economía o la inflación, o por el aumento de los índices de criminalidad en todo el país, o por las dificultades que puedan tener en casa. Es poco probable  que agreguen que también están preocupados por el destino final de su alma, o que desearían poder estar seguros de que pasarán la eternidad en presencia de Dios en compañía de los que han amado aquí.

¿Por qué? ¿Por qué hay tanta gente hoy en día tan confiada  en que su alma no necesita salvación? Aunque cada vez hay más ateos, la mayoría de la gente sigue reconociendo que hay un Dios que los creó a ellos y a todo lo que nos rodea. Sin embargo, aunque se hayan alejado de la fe que una vez conocieron, no parecen preocupados por cómo les juzgará Dios algún día. La mayoría de las veces, si se les presiona, el secularista moderno dará una variación de: “Mira, soy una buena persona, después de todo, y Dios me juzgará en consecuencia. No hay nada que me preocupe”.

Hay docenas de definiciones de “bueno”, pero para nuestros propósitos, vamos a suponer que la mayoría de la gente entiende “bueno” como algo parecido a “moralmente excelente, virtuoso o justo”. Es de suponer que Dios contará todas las acciones moralmente excelentes, virtuosas o justas que hayan hecho en su vida, y esto inclinará la “balanza de la justicia” para permitirnos  la entrada al cielo.

Pero esta analogía, al reflexionar sobre ella, no ofrece mucha seguridad. Al fin y al cabo, una balanza solo se utiliza si hay algo que colocar en el otro lado, algo que haga contrapeso o mida  uno de los lados. Si una acción “buena” inclina la balanza en una dirección, entonces no realizarla, o peor aún, actuar de forma decididamente no buena, mueve la aguja en la otra dirección. La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que actuar de forma “egoísta”, es decir, tomar decisiones que sólo lo benefician a uno mismo y no a los demás en su vida, no es una forma “buena” de actuar. Pero el egoísmo forma parte de la condición humana. Los padres lo ven en sus hijos pequeños, y la mayoría de los padres intentan alejar a los niños del egoísmo para que tengan un comportamiento más altruista. A esto hay que añadir las veces que no nos limitamos a no hacer el bien, sino que hacemos el mal intencionadamente, sin importarnos el daño que nuestras acciones puedan causar a los demás. Visto desde esta perspectiva, tenemos un verdadero problema, porque Dios lo ve todo y lo sabe todo. Él vive eternamente y ve todo lo que hemos pensado o hecho; las cosas que podemos ver como en nuestro pasado lejano permanecen en su presente eterno. Para cualquiera que haga una evaluación clara y racional de la situación, hay motivos reales para preocuparse de que la balanza con la que se nos mide se incline rápidamente en nuestra contra.

Abordemos esto con un ejemplo moderno. Repetidos estudios nos dicen que un porcentaje cada vez mayor de la población estadounidense tiene sobrepeso u obesidad. Los expertos en salud advierten constantemente de las numerosas consecuencias negativas que puede acarrear el exceso de peso, que van desde un mayor riesgo de sufrir graves consecuencias para la salud a causa del Covid hasta diversos tipos de enfermedades y cánceres. Aunque algunos factores involuntarios pueden contribuir a la obesidad, este estilo de vida poco saludable aún tiene que ver con la elección repetida de comer en exceso. Sospecho que nadie empieza su vida queriendo inclinar la balanza en su contra eligiendo la gula como estilo de vida. Lo más probable es que el resultado final sea el producto de muchas pequeñas decisiones, tomadas repetidamente a lo largo del tiempo. De hecho, es difícil luchar contra la capacidad humana de autoengaño. Ignoramos la evidencia frente a nuestros ojos, y de la balanza, mientras seguimos sintiéndonos “bastante bien” con nosotros mismos y con las decisiones que tomamos. Nos aplaudimos a nosotros mismos por saltarnos el postre o empezar una dieta, mientras ignoramos la voluminosa cintura que muestra la dirección en la que se inclina la balanza.

Lo mismo ocurre, al parecer, con las cosas eternas. Nos aplaudimos a nosotros mismos por donar a la caridad, o por ser voluntarios en el comedor social. Nos damos una palmadita en la espalda cada vez que controlamos nuestro temperamento. Nos alabamos por nuestro sentido de la tolerancia y nuestro pensamiento iluminado y nos rodeamos de gente que siente y piensa igual. Al hacer esto, nos centramos solo en un lado de la balanza, olvidando recordar las muchas veces que nos quedamos cortos… o peor aún, que nos comportamos mal intencionadamente.

Confiar en nuestra capacidad para mantener la balanza inclinada a nuestro favor -en el lado de que lo “bueno” supere a lo malo- simplemente no tiene en cuenta cómo un Dios perfecto ve nuestro comportamiento. Al igual que la lucha contra la obesidad a través de la dieta y el ejercicio, la lucha es gradual. De hecho, podemos hacer muchas cosas buenas y dignas de alabanza. Pero al igual que el acusado en un tribunal terrenal, la fechoría que le ha llevado ante el tribunal no se pasa por alto solo porque el acusado pretende impresionar al juez con las muchas buenas acciones que ha realizado en su vida. El objetivo de la sentencia, al declararse culpable, es atribuir la consecuencia adecuada al mal comportamiento en cuestión. De nada servirá presentarse ante un Dios perfecto y pedirle que olvide nuestras fechorías porque también hemos hecho algo bueno en nuestra vida.  ¿Cómo se puede impresionar a un juez que ha establecido la norma de la perfección y que Él mismo es perfecto en todos los aspectos imaginables?

La buena noticia, por supuesto, es que Aquel que hizo la balanza, y que hará el juicio, nos ha dado los medios para volver a equilibrar la balanza. Esto requiere primero que nos veamos a nosotros mismos con la suficiente claridad como para aceptar que no podemos alcanzar el estándar de perfección de Dios por nosotros mismos. Cuando Jesús cargó con nuestros pecados en la cruz hace dos mil años, nos proporcionó los medios para reconciliarnos con Dios, para ser “perfeccionados”, de modo que podamos estar preparados y ser dignos de estar en presencia de un ser perfecto. Es Jesús quien hace la obra de la salvación, no nosotros y nuestros escasos esfuerzos por ser “buenos”.

Intentar hacer el bien es un objetivo loable. Lamentablemente, hoy en día, con demasiada frecuencia, escasea. Pero hacer el “bien” no va a ser suficiente cuando llegue ese día, como llegará para cada uno de nosotros, en que nos encontremos con nuestro Hacedor.

Recursos recomendados en Español: 

Robándole a Dios (tapa blanda), (Guía de estudio para el profesor) y (Guía de estudio del estudiante) por el Dr. Frank Turek

Por qué no tengo suficiente fe para ser un ateo (serie de DVD completa), (Manual de trabajo del profesor) y (Manual del estudiante) del Dr. Frank Turek  

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Al Serrato obtuvo su título de abogado en la Universidad de California en Berkeley en 1985. Comenzó su carrera como agente especial del FBI antes de convertirse en fiscal en California, donde sigue trabajando. Una introducción a las obras de C. S. Lewis despertó su interés por la Apologética, que ha seguido durante las últimas tres décadas. Comenzó a escribir Apologética con J. Warner Wallace y Pleaseconvinceme.com.

Traducido por Jennifer Chavez 

Editado por Monica Pirateque